viernes, 10 de julio de 2015

Me equivoco, luego aprendo



Filosofía y ciencia han luchado siempre por combatir el error. Sin embargo, qué habría sido del progreso sin ciertos fallos y meteduras de pata. Equivocarse es necesario para aprender, aunque nos pueda dar miedo. Si nos asusta cometer errores, pasaremos por la vida sin arriesgarnos, sin avanzar. Tenemos que vencer esa barrera psicológica y tentar al fracaso.
Universidad de Houston, año 1990. Unos estudiantes de ingeniería abandonan incrédulos un aula. El profesor les acaba de decir que para aprobar su asignatura deben fracasar. Cuanto más estrepitosamente, mejor. No se trata del clásico inventor loco, sino de Jack Matson, un respetado catedrático e ingeniero con años de experiencia docente y autor del libro Innova o muere.
Enseña a sus alumnos a desarrollar su propio ingenio, pero eso es algo que no viene en los libros de texto. Matson ha comprobado que la gente es mucho más creativa cuando tiene que diseñar algo feo y estúpido que si tiene que producir algo útil e innovador. Así que pide a sus pupilos crear productos de consumo absurdos; cosas ridículas que nunca triunfarían. Cuando los disparates están listos, sus diseñadores tienen que venderlos, por lo que el campus se llena de aprendices de ingeniero intentando endosar chismes descabellados e inútiles que ellos mismos han hecho. Los chicos experimentan en primera persona el sabor del fracaso. Y “Fracaso 101” es el nombre que los propios estudiantes dieron a esta materia. Los alumnos más exitosos son los que corren más riesgos y por lo tanto quienes más fallan.
Matson lo define como “fracaso inteligente”, ya que su objetivo es enseñar a sacar el máximo aprendizaje del error. Incluso estableció un día para el fracaso: “todos los martes hay que ir a clase vestido con algo extravagante” y él mismo acude a dar sus lecciones con unas orejas de Mickey Mouse. De esa manera intenta generar un ambiente de caos y diversión, terreno abonado para la creatividad.
El profesor pretende que sus alumnos aprendan a disociar los fracasos de sus intentos de tener éxito. “Si vas a hacer algo innovador, vas a titubear y a tropezar. Así que cuanto más y más rápidamente fracases, antes conseguirás el éxito”.
Tras imponerse a las reticencias iniciales, acabó ganado un premio nacional de enseñanza e invitado a impartir sus cursos en la Escuela de Negocios de la Universidad de Michigan. Actualmente, Matson sigue enseñando en la Universidad Estatal de Pensilvania.
La innovación exige que vayas más allá de lo conocido hacia lo desconocido, donde puede haber trampas y callejones sin salida. Tienes que trazar el mapa de lo desconocido. Trazas el mapa cometiendo errores.

¿Qué sería de nosotros sin el error? Desde las caídas constantes que entrañan los primeros pasos de un bebé, hasta los errores genéticos que acaban marcando el destino de la evolución, el fallo, la equivocación y el fracaso están presentes en todo momento y pueden conducir a resultados exitosos.
Varios elementos químicos, amén de otras muchas sustancias, se descubrieron tras accidentes de laboratorio, matraces rotos y equivocaciones diversas. Los tan útiles Post-its son en realidad un intento fallido de crear un súper pegamento; la aspirina pretendió, inútilmente, ser un antiséptico. Y, ¿no fue el descubrimiento de América, al fin y al cabo, un gran error? Lo importante es que en todos estos casos, los fallos no se descartaron como tales, sino que se les reconoció una efectividad alternativa. Esto requiere una mente abierta y preparada, flexible y atenta que sepa ir más allá, superar el fracaso y aprender de él.
No es que el fracaso tenga valor en sí mismo, pero indica movimiento, actividad, inquietud. No falla el que repite, sino el que innova, el que se arriesga. Lo cual no quiere decir que todo lo que suponga un riesgo o una innovación vaya a fracasar, ni por el contrario que tengamos que empezar a equivocarnos o hacer las cosas mal, sino más bien que el fracaso puede ser un indicador de innovación. El éxito puede ser grandioso, pero la decepción puede enseñarnos más. Es lo que opina otro amigo del fracaso: el ingeniero y escritor Henry Petroski, que en su obra ensalza el valor pedagógico del error, con títulos como El éxito a través del fracaso, La ingeniería es humana: la importancia del fallo en el éxito del diseño y Paradigmas de diseño: casos históricos de error y buen juicio en ingeniería.
Petroski está convencido de que el error está entrelazado con el éxito. Si no hubiera fracaso, o este fuese totalmente evitable, no habría progreso o avance de ningún tipo.
La sabiduría se adquiere del fracaso más que del éxito. Con frecuencia descubrimos lo que haremos al percatarnos de lo que no funcionará; y probablemente el que nunca cometió un error, nunca hizo un descubrimiento. (Samuel Smiles. Citado por Petroski, pg. 96. Ídem)
Dejemos de sentirnos atenazados por el miedo a fracasar. El error tiene la capacidad de obligarnos a mirar en otra dirección, nos interna por nuevos caminos, nos hace ver algo con distintos ojos y quizás reconocer en ello un valor insospechado que conduzca, finalmente, al éxito.

No hay comentarios:

Publicar un comentario