Filosofía y ciencia han luchado siempre por combatir
el error. Sin embargo, qué habría sido del progreso sin ciertos fallos y
meteduras de pata. Equivocarse es necesario para aprender, aunque nos pueda dar
miedo. Si nos asusta cometer errores, pasaremos por la vida sin arriesgarnos,
sin avanzar. Tenemos que vencer esa barrera psicológica y tentar al fracaso.
Universidad
de Houston, año 1990. Unos estudiantes de ingeniería abandonan incrédulos un
aula. El profesor les acaba de decir que para aprobar su asignatura deben
fracasar. Cuanto más estrepitosamente, mejor. No se trata del clásico inventor
loco, sino de Jack Matson, un respetado catedrático e ingeniero con años de
experiencia docente y autor del libro Innova o muere.
Enseña a sus
alumnos a desarrollar su propio ingenio, pero eso es algo que no viene en los
libros de texto. Matson ha comprobado que la gente es mucho más creativa cuando
tiene que diseñar algo feo y estúpido que si tiene que producir algo útil e
innovador. Así que pide a sus pupilos crear productos de consumo absurdos;
cosas ridículas que nunca triunfarían. Cuando los disparates están listos, sus
diseñadores tienen que venderlos, por lo que el campus se llena de aprendices
de ingeniero intentando endosar chismes descabellados e inútiles que ellos
mismos han hecho. Los chicos experimentan en primera persona el sabor del
fracaso. Y “Fracaso
101” es el
nombre que los propios estudiantes dieron a esta materia. Los alumnos más
exitosos son los que corren más riesgos y por lo tanto quienes más fallan.
Matson lo
define como “fracaso inteligente”, ya que su objetivo es enseñar a sacar
el máximo aprendizaje del error. Incluso estableció un día para el
fracaso: “todos los martes hay que ir a clase vestido con algo extravagante”
y él mismo acude a dar sus lecciones con unas orejas de Mickey Mouse. De esa
manera intenta generar un ambiente de caos y diversión, terreno abonado para la
creatividad.
El profesor
pretende que sus alumnos aprendan a disociar los fracasos de sus intentos de
tener éxito. “Si vas a hacer algo innovador, vas a titubear y a tropezar. Así
que cuanto más y más rápidamente fracases, antes conseguirás el
éxito”.
Tras
imponerse a las reticencias iniciales, acabó ganado un premio nacional de
enseñanza e invitado a impartir sus cursos en la Escuela de Negocios de la
Universidad de Michigan. Actualmente, Matson sigue enseñando en la Universidad
Estatal de Pensilvania.
La
innovación exige que vayas más allá de lo conocido hacia lo desconocido, donde
puede haber trampas y callejones sin salida. Tienes que trazar el mapa de lo
desconocido. Trazas el mapa cometiendo errores.
¿Qué sería
de nosotros sin el error? Desde las caídas constantes que entrañan los
primeros pasos de un bebé, hasta los errores genéticos que acaban marcando el
destino de la evolución, el fallo, la equivocación y el fracaso están presentes
en todo momento y pueden conducir a resultados exitosos.
Varios
elementos químicos, amén de otras muchas sustancias, se descubrieron tras
accidentes de laboratorio, matraces rotos y equivocaciones diversas. Los tan
útiles Post-its son en realidad un intento fallido de crear un súper
pegamento; la aspirina pretendió, inútilmente, ser un antiséptico. Y, ¿no
fue el descubrimiento de América, al fin y al cabo, un gran error? Lo
importante es que en todos estos casos, los fallos no se descartaron como
tales, sino que se les reconoció una efectividad alternativa. Esto
requiere una mente abierta y preparada, flexible y atenta que sepa ir más allá,
superar el fracaso y aprender de él.
No es que el fracaso tenga valor en sí mismo, pero indica movimiento, actividad, inquietud. No falla el que repite, sino el que innova, el que se arriesga. Lo cual no quiere decir que todo lo que suponga un riesgo o una innovación vaya a fracasar, ni por el contrario que tengamos que empezar a equivocarnos o hacer las cosas mal, sino más bien que el fracaso puede ser un indicador de innovación. El éxito puede ser grandioso, pero la decepción puede enseñarnos más. Es lo que opina otro amigo del fracaso: el ingeniero y escritor Henry Petroski, que en su obra ensalza el valor pedagógico del error, con títulos como El éxito a través del fracaso, La ingeniería es humana: la importancia del fallo en el éxito del diseño y Paradigmas de diseño: casos históricos de error y buen juicio en ingeniería.
No es que el fracaso tenga valor en sí mismo, pero indica movimiento, actividad, inquietud. No falla el que repite, sino el que innova, el que se arriesga. Lo cual no quiere decir que todo lo que suponga un riesgo o una innovación vaya a fracasar, ni por el contrario que tengamos que empezar a equivocarnos o hacer las cosas mal, sino más bien que el fracaso puede ser un indicador de innovación. El éxito puede ser grandioso, pero la decepción puede enseñarnos más. Es lo que opina otro amigo del fracaso: el ingeniero y escritor Henry Petroski, que en su obra ensalza el valor pedagógico del error, con títulos como El éxito a través del fracaso, La ingeniería es humana: la importancia del fallo en el éxito del diseño y Paradigmas de diseño: casos históricos de error y buen juicio en ingeniería.
Petroski
está convencido de que el error está entrelazado con el éxito. Si no hubiera
fracaso, o este fuese totalmente evitable, no habría progreso o avance de
ningún tipo.
La sabiduría
se adquiere del fracaso más que del éxito. Con frecuencia descubrimos lo que
haremos al percatarnos de lo que no funcionará; y probablemente el que nunca
cometió un error, nunca hizo un descubrimiento. (Samuel Smiles. Citado por
Petroski, pg. 96. Ídem)
Dejemos de
sentirnos atenazados por el miedo a fracasar. El error tiene la
capacidad de obligarnos a mirar en otra dirección, nos interna por nuevos
caminos, nos hace ver algo con distintos ojos y quizás reconocer en ello un
valor insospechado que conduzca, finalmente, al éxito.
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