El miedo y la valentía han sido un tema especialmente
estudiado por José Antonio Marina. Desde El laberinto Sentimental, el
Diccionario de los Sentimientos y, especialmente, Anatomía del Miedo ha ido
desarrollando una pedagogía que sepa luchar contra todo tipo de temor, que nos
permita elevarnos para conseguir nuestros retos sin caer en pesimismo, la
impotencia aprendida y la falta de expectativas. En su nueva publicación ayuda
a los padres y los docentes a inyectar el antídoto de la valentía en los niños
y ¿por qué no?, también en los adultos.
Al escribir Los
miedos y el aprendizaje de la valentía he pretendido aprovechar lo que la
psicología nos enseña para aplicarlo a la educación de nuestros hijos y
alumnos, y también de sus padres. Es, pues, un libro que prolonga la teoría con
la utilidad práctica. Por eso, va acompañado de un cuaderno de ejercicios
que sirva para fomentar la valentía en los niños, organizado alrededor de un
cuento: Raco, el pajarraco.
Miedo y
valentía son dos
palabras que describen la limitación y la grandeza humanas. El miedo es la emoción
que detecta el peligro y prepara al organismo para afrontarlo. En los
animales suscita cuatro respuestas: huida, ataque, inmovilidad, sumisión. Los
humanos compartimos esas reacciones pero, además, tenemos otra exclusivamente
nuestra: la valentía. No es ausencia de miedo, sino la perseverancia
en una meta a pesar del miedo, una virtud elogiada en todas las culturas
porque todos necesitamos que, en momentos de pánico, alguien se mantenga firme.
Pero no me interesa hablar de la valentía heroica, sino de la cotidiana.
La valentía no sólo se enfrenta al peligro, sino a la dificultad, al esfuerzo,
al cansancio, a la desdicha. Uno de los reproches que con más frecuencia nos
hacemos es: “¿por qué no me atreví?” Todos hubiéramos querido ser más
valientes, más decididos. Pero nos dio miedo. Vivere risolutamente, vivir
resueltamente, era el lema del Renacimiento, que todos llevamos en
nuestro corazón con nostalgia. Sería maravilloso vivir sin enredarnos, sin
empantanarnos, ágiles y audaces. Por eso, nos gustaría que nuestros hijos
fueran valientes, que disfrutaran de una inteligencia resuelta, que es
aquella que sabe resolver problemas, y marcha con determinación. Pero, ¿es
posible aprender algo tan difícil? ¿Podemos aprenderla los adultos?
¿Por qué no
me atreví?
Creo que sí,
y esa es la conclusión de mi trabajo. Aprendemos el miedo y nos convendría aprender
la valentía. Todos los datos que nos vienen de la neurociencia impulsan un
optimismo educativo. La educación es un permanente rediseño de nuestro cerebro,
que afecta incluso a sus estructuras más básicas, a aquellas de donde emergen
nuestras emociones. El aprendizaje de la valentía responde a una fórmula
sencilla: disminuir la sensación de peligro y/o aumentar el sentimiento de la
propia eficacia para enfrentarse a él. El temor depende de experiencias
antiguas, de creencias que distorsionan la realidad, de relaciones que
convierten desencadenantes inocuos en anticipación de grandes desastres. ¿Por
qué tenemos tanto miedo a la opinión de los demás?¿Por qué nos cuesta tanto
enfrentarnos, o decir que no, o ir contra corriente?¿En qué momento de nuestra
vida cedimos ante la timidez? Una vez que los miedos se han instaurado en
nuestro cerebro, hay métodos para liberarse de ellos: la insensibilización, el
cambio de creencias, el cambio de modelos, un sistema de premios para las
conductas liberadoras, los ejercicios de relajación. Pero lo ideal sería que
los niños no adquirieran el hábito del temor. Ese es mi gran objetivo.
Recuerdo
una frase del Dr. Jonas Salk, descubridor de la vacuna contra la
poliomelitis: “Si fuera un científico joven, seguiría dedicándome a la
inmunología. Pero en lugar de inmunizar a los niños sólo físicamente,
intentaría inmunizarles también psicológicamente contra el miedo, la depresión,
el desánimo”.
El segundo
factor que influye en la valentía es el aumento de la propia fortaleza,
un tema al que ya he dedicado algunos artículos.
La fortaleza
supone resistencia al esfuerzo, confianza en la propia capacidad,
entrenamiento en la perseverancia, firmeza en el compromiso. La valentía es un
hábito y, como todos los hábitos, se adquiere por la repetición de actos
pequeños.
El miedo es
nuestro gran enemigo, y debemos declararle la guerra. Es un enemigo astuto,
porque consigue que nos identifiquemos con él y acabemos pensando que somos
nuestro miedo, que es como si creyéramos que somos nuestra gripe. Sus grandes
aliados son la inacción y el silencio. Actuar y hablar de nuestros
temores son dos buenos antídotos.
Todas estas
cosas hemos intentado aplicarlas en los programas de los cursos de la Universidad
de Padres, lo que es para nosotros una gran satisfacción.
El Miedo y
el aprendizaje de la valentía
Editorial Ariel, 2014
www.bibliotecaup.es
Editorial Ariel, 2014
www.bibliotecaup.es
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